Y volverás a mi huerto y a mi higuera:
Por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
Miguel Hernández (1935)
En Madrid en 1935 |
Por su trabajo de pastor, tan vinculado a la tierra, Miguel tenía pronta la queja. Así en su juventud, llevaba tres heridas:
…
la de la muerte, la del amor, la de la
vida.
Y
ante ellas su determinación era clara: No perdonaba al Universo que confabulaba para arrancar a sus seres queridos.
Por
esto sus heridas nos sitúan en el tema del perdón. Este artículo tiene como
objeto realizar un recorrido por estas heridas a través de sus poesías más
conocidas. Y su reto es saber si el poeta perdonó y pidió perdón en el umbral
de su vida. Pero para saber su fin, antes debemos comenzar por el principio.
Una niñez pobre
El
poeta nació en una familia de pastores de Orihuela. Pese a su origen humilde, pudo
estudiar en el colegio de los jesuitas con una ayuda por su consideración de
“niño de bolsillo pobre”.
Pese
a tener facilidad para aprender, tempranamente tuvo que dejar el colegio. Y lo
hizo para unirse a sus hermanos, realizando el trabajo de pastor. Al dejar el colegio
de los jesuitas, conservó la amistad con otro niño: Ramón Sijé.
En
su juventud, sorprendía a quien le conocía su carácter alegre y generoso.
“Donde había un dolor, allí él estaba”, dirá más tarde Aleixandre. Entonces
conoció a Josefina, una costurera cinco años más joven que él, pero en la
práctica más adulta.
El trabajo de pastor cobra factura al
joven poeta
Después de conocer a su novia, Miguel Hernández se descubre de carácter tosco e influenciable. Este carácter se iba a resolver en la tragedia
de su vida.
Miguel decidió
trasladarse a Madrid para darse a conocer como poeta. En la capital residían Neruda, Alberti y más tarde Aleixandre.
En
este ambiente, frecuentó las fiestas y el romance fugaz. Y finalmente, dejó de
practicar su Fe.
Ramón Sijé en Orihuela |
Pero
en su pueblo permanecía su novia, Josefina, a quien le seguían llegando
noticias por medio de otras personas. También había quedado el amigo del
colegio, Ramón Sijé, quien por carta le llamaba la atención sobre su conducta, tan alejada de sus intenciones iniciales.
Ramón
le precedió en la muerte. En el poema “Elegía a Ramón Sijé” el poeta expresa la
profundidad del dolor por la pérdida del amigo:
… que por doler me duele hasta el aliento.
Y
se despide de él, al modo que lo hacen los escolares a fin de curso; con esa
intensidad del momento, pero conscientes de volverse a ver:
…
que tenemos que hablar de muchas cosas/
compañero del alma compañero.
La guerra
civil
Llama
la atención que el poeta muestra mayor dolor, no por los peligros de la guerra
que amenazan a sus compañeros que han quedado en Madrid, sino por la muerte de su
amigo de la infancia, quien en las cartas le decía las verdades, sin ninguna adulación.
Miguel y Josefina Manresa en Jaén en 1937 |
Además
de este amor por su amigo, al poeta le caracteriza una fuerte preocupación
social. Esta
inquietud la canalizó alistándose en el ejército republicano, en el que luchó
durante toda la guerra. Aunque realizó una breve interrupción para casarse con
Josefina y tener su primogénito, que falleció a los pocos meses.
Un pastor en la cárcel
Terminada
la contienda, poco después de nacer su segundo hijo, Miguel fue apresado y
encarcelado. El motivo, atravesar clandestinamente la frontera de Portugal.
Recibió entonces la carta de Josefina en que le decía que apenas podía
amamantar a su hijo porque sólo comía pan y cebolla, lo que dará lugar a una
nueva composición.
Los dientes es un arma
Así
cuando en “Nanas de la cebolla” se refiere a los dientes, se refiere al arma
que lleva en la guerra el soldado, las “ferocidades” del soldado. Y cuando la
dentadura está cerrada, está indicando odio, rabia, “frontera de los besos”.
Al octavo mes ríes /con cinco azahares.
Con cinco diminutas
/ ferocidades…
A
estas heridas espirituales, se iban a unir ahora las físicas. De hecho, nos estamos alejando del final soñado para cualquier hombre pero, como se preguntaba un Obispo francés de su época: Tanta belleza, ¿podía estar tan alejada de Dios?
Publicado en Aleteia, 14-1-201
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