lunes, 9 de septiembre de 2019

RESUMEN DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA AMORIS LAETITIA


La Exhortación apostólica post-sinodal Amoris laetitia. La alegría del amor fue publicada el 19 de marzo del 2016. Recoge los resultados de dos Sínodos sobre la familia convocados por Papa Francisco en el 2014 y en el 2015, cuyas Relaciones conclusivas son ampliamente citadas, junto a los documentos y enseñanzas de sus Predecesores y a las numerosas catequesis sobre la familia del mismo Papa Francisco.
Sin embargo, no es un documento sólo sobre la familia y matrimonio, sino sobre el amor en general. No sólo está dirigido a los casados, sino a todos los cristianos. El papa escribe: «Es probable, por ejemplo, que los matrimonios se identifiquen más con los capítulos cuarto y quinto, que los agentes de pastoral tengan especial interés en el capítulo sexto, y que todos se vean muy interpelados por el capítulo octavo» (AL 7). El amor específicamente cristiano está vinculado a la misericordia, se orienta a la miseria, a los pobres: «En cualquier circunstancia, ante quienes tengan dificultades para vivir plenamente la ley divina, debe resonar la invitación a recorrer la via caritatis. La caridad fraterna es la primera ley de los cristianos (cf. Jn 15,12; Ga 5,14)» (AL 306). El amor cristiano está llamado a crecer, está llamado a la perfección: “Todo esto se realiza en un camino de permanente crecimiento. Esta forma tan particular de amor que es el matrimonio, está llamada a una constante maduración, porque hay que aplicarle siempre aquello que santo Tomás de Aquino decía de la caridad: “La caridad, en razón de su naturaleza, no tiene límite de aumento, ya que es una participación de la infinita caridad, que es el Espíritu Santo [...] Tampoco por parte del sujeto se le puede prefijar un límite, porque al crecer la caridad, sobrecrece también la capacidad para un aumento superior”. San Pablo exhortaba con fuerza: “Que el Señor os haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros” (1 Ts 3,12); y añade: “En cuanto al amor mutuo [...] os exhortamos, hermanos, a que sigáis progresando más y más” (1 Ts 4,9-10). Más y más» (AL 134).
El capítulo I se titula «A la luz de la Palabra». El Papa realiza su reflexión a partir de la Sagrada Escritura. Este capítulo se desarrolla en torno a dos ejes: el Salmo 128, característico de la liturgia nupcial tanto judía como cristiana, y el salmo 131. La transmisión de la fe en la familia es una tarea que se ha de trabajar: «Es una tarea artesanal, de persona a persona: «Cuando el día de mañana tu hijo te pregunte [...] le responderás…” (Ex 13,14)» (16).
El capítulo II lleva por título «La realidad y los desafíos de la familia». El Papa considera la situación actual de las familias. El papa invita a la humildad y al realismo:  «Al mismo tiempo tenemos que ser humildes y realistas, para reconocer que a veces nuestro modo de presentar las convicciones cristianas, y la forma de tratar a las personas, han ayudado a provocar lo que hoy lamentamos, por lo cual nos corresponde una saludable reacción de autocrítica. Por otra parte, con frecuencia presentamos el matrimonio de tal manera que su fin unitivo, el llamado a crecer en el amor y el ideal de ayuda mutua, quedó opacado por un acento casi excluyente en el deber de la procreación. Tampoco hemos hecho un buen acompañamiento de los nuevos matrimonios en sus primeros años, con propuestas que se adapten a sus horarios, a sus lenguajes, a sus inquietudes más concretas. Otras veces, hemos presentado un ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales. Esta idealización excesiva, sobre todo cuando no hemos despertado la confianza en la gracia, no ha hecho que el matrimonio sea más deseable y atractivo, sino todo lo contrario» (AL 36). Da importancia a la acción de la gracia y a la conciencia personal: «Durante mucho tiempo creímos que con sólo insistir en cuestiones doctrinales, bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia, ya sosteníamos suficientemente a las familias, consolidábamos el vínculo de los esposos y llenábamos de sentido sus vidas compartidas. Tenemos dificultad para presentar al matrimonio más como un camino dinámico de desarrollo y realización que como un peso a soportar toda la vida. También nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas» (37). Se ha de tener misericordia con las familias en situaciones difíciles: «En las difíciles situaciones que viven las personas más necesitadas, la Iglesia debe tener un especial cuidado para comprender, consolar, integrar, evitando imponerles una serie de normas como si fueran una roca, con lo cual se consigue el efecto de hacer que se sientan juzgadas y abandonadas precisamente por esa Madre que está llamada a acercarles la misericordia de Dios. De ese modo, en lugar de ofrecer la fuerza sanadora de la gracia y la luz del Evangelio, algunos quieren «adoctrinarlo», convertirlo en «piedras muertas para lanzarlas contra los demás»” (49). La familia no es algo secundario, sino que tiene un lugar central en la sociedad: «Nadie puede pensar que debilitar a la familia como sociedad natural fundada en el matrimonio es algo que favorece a la sociedad. Ocurre lo contrario: perjudica la maduración de las personas, el cultivo de los valores comunitarios y el desarrollo ético de las ciudades y de los pueblos» (52).
El capítulo III  se titula «La mirada puesta en Jesús: vocación de la familia». Nos habla de la enseñanza de la Iglesia. Es muy importante el kerigma, el matrimonio es un bien del amor: «Ante las familias, y en medio de ellas, debe volver a resonar siempre el primer anuncio, que es “lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario”, y “debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora”. Es el anuncio principal, “ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra”. Porque “nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más denso y más sabio que ese anuncio” y “toda formación cristiana es ante todo la profundización del kerigma”» (58). El mensaje de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia es un reflejo de la predicación de Jesús: «El ejemplo de Jesús es un paradigma para la Iglesia»  (64). El Papa pone dos ejemplos paradigmáticos de la misericordia de Jesús: «Esto aparece claramente en los encuentros con la mujer samaritana (cf. Jn 4,1-30) y con la adúltera (cf. Jn 8,1-11), en los que la percepción del pecado se despierta de frente al amor gratuito de Jesús» (64). El que conocemos como «matrimonio cristiano» no es el único que tiene valor. Hay muchas tradiciones religiosas y es necesario ver si hay signos cristianos en estas tradiciones: «El discernimiento de la presencia de los semina Verbi en las otras culturas (cf. Ad gentes divinitus, 11) también se puede aplicar a la realidad matrimonial y familiar. Fuera del verdadero matrimonio natural también hay elementos positivos en las formas matrimoniales de otras tradiciones religiosas», aunque tampoco falten las sombras.” (AL 77). Los pastores siempre están obligados a discernir: «Frente a situaciones difíciles y familias heridas, siempre es necesario recordar un principio general: “Los pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las situaciones”, 84)» (79).
El capítulo IV lleva por título «El amor en el matrimonio». Este capítulo es un comentario al himno al amor de 1Co 13,4-7. El papa da mucha importancia al perdón en la vida familiar: «Cuando hemos sido ofendidos o desilusionados, el perdón es posible y deseable, pero nadie dice que sea fácil» (106); «Hoy sabemos que para poder perdonar necesitamos pasar por la experiencia liberadora de comprendernos y perdonarnos a nosotros mismos» (107); «Pero esto supone la experiencia de ser perdonados por Dios, justificados gratuitamente y no por nuestros méritos» (108). Al ser el matrimonio un proceso dinámico que avanza gradualmente» (cfr. 134), se ha de aplicar realismo al concepto de matrimonio: «Sin embargo, no conviene confundir planos diferentes: no hay que arrojar sobre dos personas limitadas el tremendo peso de tener que reproducir de manera perfecta la unión que existe entre Cristo y su Iglesia, porque el matrimonio como signo implica «un proceso dinámico, que avanza gradualmente con la progresiva integración de los dones de Dios» (122). Huyendo de una imagen del matrimonio demasiado idealizada, habla con realismo de vida en el matrimonio: «La alegría matrimonial, que puede vivirse aun en medio del dolor, implica aceptar que el matrimonio es una necesaria combinación de gozos y de esfuerzos, de tensiones y de descanso, de sufrimientos y de liberaciones, de satisfacciones y de búsquedas, de molestias y de placeres, siempre en el camino de la amistad, que mueve a los esposos a cuidarse: “se prestan mutuamente ayuda y servicio”» (126). Los cónyuges no siempre sienten lo mismo en el proceso del matrimonio: «Cada uno de los dos hace un camino de crecimiento y de cambio personal. En medio de ese camino, el amor celebra cada paso y cada nueva etapa» (163).
            El capítulo V se titula «El amor que se vuelve fecundo». Trata de la parentalidad. Habla de la familia como una red amplia. También habla de la adopción y de la acogida.
            El capítulo VI se titula «Algunas perspectivas pastorales». En primer lugar, subraya que no hay un matrimonio igual que otro. Ha de haber un discernimiento de la diversidad. La principal contribución a la pastoral familiar la ha de hacer la parroquia. A continuación, trata de la preparación para el matrimonio. Finalmente, señala que las personas homosexuales tienen dignidad y han de ser acogidas: «Con los Padres sinodales, he tomado en consideración la situación de las familias que viven la experiencia de tener en su seno a personas con tendencias homosexuales, una experiencia nada fácil ni para los padres ni para sus hijos. Por eso, deseamos ante todo reiterar que toda persona, independientemente de su tendencia sexual, ha de ser respetada en su dignidad y acogida con respeto, procurando evitar “todo signo de discriminación injusta”, y particularmente cualquier forma de agresión y violencia. Por lo que se refiere a las familias, se trata por su parte de asegurar un respetuoso acompañamiento, con el fin de que aquellos que manifiestan una tendencia homosexual puedan contar con la ayuda necesaria para comprender y realizar plenamente la voluntad de Dios en su vida» (250).
            El capítulo VII lleva por título «Fortalecer la educación de los hijos».
            El capítulo VIII se titula «Acompañar, discernir e integrar». Habla de las situaciones imperfectas. Para ella, da estos tres verbos: acompañar, discernir e integrar. A continuación, expone qué significan estas acciones, poniéndolas bajo el signo de la misericordia: «Por otra parte, esta actitud se ve fortalecida en el contexto de un Año Jubilar dedicado a la misericordia. Aunque siempre propone la perfección e invita a una respuesta más plena a Dios, «la Iglesia debe acompañar con atención y cuidado a sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido y extraviado, dándoles de nuevo confianza y esperanza, como la luz del faro de un puerto o de una antorcha llevada en medio de la gente para iluminar a quienes han perdido el rumbo o se encuentran en medio de la tempestad”. No olvidemos que, a menudo, la tarea de la Iglesia se asemeja a la de un hospital de campaña» (291). A continuación, habla del principio de gradualidad. El ideal del matrimonio se define de la siguiente manera: «El matrimonio cristiano, reflejo de la unión entre Cristo y su Iglesia, se realiza plenamente en la unión entre un varón y una mujer, que se donan recíprocamente en un amor exclusivo y en libre fidelidad, se pertenecen hasta la muerte y se abren a la comunicación de la vida, consagrados por el sacramento que les confiere la gracia para constituirse en iglesia doméstica y en fermento de vida nueva para la sociedad. Otras formas de unión contradicen radicalmente este ideal, pero algunas lo realizan al menos de modo parcial y análogo. Los Padres sinodales expresaron que la Iglesia no deja de valorar los elementos constructivos en aquellas situaciones que todavía no corresponden o ya no corresponden a su enseñanza sobre el matrimonio». Y prosigue: «Otras formas de unión contradicen radicalmente este ideal, pero algunas lo realizan al menos de modo parcial y análogo». Y continúa: «Los Padres sinodales expresaron que la Iglesia no deja de valorar los elementos constructivos en aquellas situaciones que todavía no corresponden o ya no corresponden a su enseñanza sobre el matrimonio» (292). No todas las situaciones imperfectas son, en realidad, pecado: «Como bien expresaron los Padres sinodales, “puede haber factores que limitan la capacidad de decisión”» (301). Por esto, habla de acompañar, discernir e integrar. ¿Cómo se hace este discernimiento? Para esto, habla del principio de gradualidad. En este principio, se sigue la regla del bien posible: «A partir del reconocimiento del peso de los condicionamientos concretos, podemos agregar que la conciencia de las personas debe ser mejor incorporada en la praxis de la Iglesia en algunas situaciones que no realizan objetivamente nuestra concepción del matrimonio. Ciertamente, que hay que alentar la maduración de una conciencia iluminada, formada y acompañada por el discernimiento responsable y serio del pastor, y proponer una confianza cada vez mayor en la gracia. Pero esa conciencia puede reconocer no sólo que una situación no responde objetivamente a la propuesta general del Evangelio. También puede reconocer con sinceridad y honestidad aquello que, por ahora, es la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios, y descubrir con cierta seguridad moral que esa es la entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo. De todos modos, recordemos que este discernimiento es dinámico y debe permanecer siempre abierto a nuevas etapas de crecimiento y a nuevas decisiones que permitan realizar el ideal de manera más plena» (303).   El discernimiento no ha de suponer una renuncia al anuncio de los valores evangélicos: «Para evitar cualquier interpretación desviada, recuerdo que de ninguna manera la Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio, el proyecto de Dios en toda su grandeza: “Es preciso alentar a los jóvenes bautizados a no dudar ante la riqueza que el sacramento del matrimonio procura a sus proyectos de amor, con la fuerza del sostén que reciben de la gracia de Cristo y de la posibilidad de participar plenamente en la vida de la Iglesia”. La tibieza, cualquier forma de relativismo, o un excesivo respeto a la hora de proponerlo, serían una falta de fidelidad al Evangelio y también una falta de amor de la Iglesia hacia los mismos jóvenes. Comprender las situaciones excepcionales nunca implica ocultar la luz del ideal más pleno ni proponer menos que lo que Jesús ofrece al ser humano. Hoy, más importante que una pastoral de los fracasos es el esfuerzo pastoral para consolidar los matrimonios y así prevenir las rupturas» (307).
            El capítulo XI lleva por título «Espiritualidad matrimonial y familiar». Explica esta espiritualidad tomando tres imágenes del evangelio: el pastor, el pescador y el labrador: «Toda la vida de la familia es un “pastoreo” misericordioso. Cada uno, con cuidado, pinta y escribe en la vida del otro: “Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones [...] no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo” (2 Co 3,2-3). Cada uno es un “pescador de hombres” (Lc 5,10) que, en el nombre de Jesús, “echa las redes” (cf. Lc 5,5) en los demás, o un labrador que trabaja en esa tierra fresca que son sus seres amados, estimulando lo mejor de ellos. La fecundidad matrimonial implica promover, porque “amar a un ser es esperar de él algo indefinible e imprevisible; y es, al mismo tiempo, proporcionarle de alguna manera el medio de responder a esta espera”. Esto es un culto a Dios, porque es él quien sembró muchas cosas buenas en los demás esperando que las hagamos crecer» (322).
Conclusiones:
La exhortación apostólica entiende el matrimonio ideal como la unión de un hombre y una mujer. Esta unión se basa en un amor exclusivo y permanente. Es un amor abierto a la vida. Recibe la gracia, que lo hace susceptible de generar una iglesia doméstica.
El documento introduce el principio de la gradualidad, implicando un discernimiento no rígido, sino teniendo en cuenta la progresión gradual hacia la perfección.
El anuncio ha de ser kerigmático, dando importancia al amor, y ha de ser sobre el óptimo de los valores evangélicos para permitir que las personas puedan vivir el amor en plenitud.
La exhortación apostólica no da ninguna norma sobre las situaciones imperfectas. Da mucha importancia al tema del discernimiento, introduciendo un cambio de paradigma: lo importante es la conciencia.
Finalmente, la exhortación apostólica aporta realismo en sus consideraciones sobre la vida matrimonial, realismo que tiene relación con la misericordia.