jueves, 22 de enero de 2015

Miguel Hernández, el poeta que al fin fue perdonado y perdonó (y II)

Dibujjo realizado por Antonio Buero Vallejo durante
una visita a Miguel Hernández en la prisión

   Ante el anuncio de que su mujer y su hijo estaban en la miseria, la impotencia del poeta se plasmó en Nanas de la cebolla. Pero a esta impotencia, se iba a unir otra: Se agravó una tuberculosis que padecía Miguel con anterioridad.
   El penal de Alicante, que era una institución de último rango, disponía de una enfermería, que no reunía las condiciones para atender a un enfermo grave. En el corazón del poeta, el rencor estaba reclamando su protagonismo.
   Enseña el Catecismo de la Iglesia que “Sólo Dios perdona los pecados” (CEC 1441). Y que si pedimos perdón por los nuestros, debemos también perdonar a los que nos han ofendido, porque “el Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible” (2840). Con la ayuda de Dios, el poeta tenía que perdonar y también, pedir perdón. Pero la evolución de su enfermedad estaba apremiando el final.
   Después de “Nanas de la cebolla”, que completaba un libro de encuadernación rudimentaria, los poemas de la cárcel posteriores fueron difíciles de ordenar para los estudiosos. Miguel los escribía en notas sueltas y salían de la prisión con las visitas más colaboradoras.
Casa museo en Orihuela
Uno de estos poemas, posiblemente el último, tiene por título “Eterna sombra”. Este poema es el resultado de un ejercicio introspectivo, para el que tenía tiempo en prisión.
   Como resultado de este ejercicio, observa en su alma la oscuridad más desolada.
   Yo que creí que la luz era mía / precipitado en la sombra me veo.
   En su interior sólo ve dientes. Para el poeta, como hemos visto, son símbolos del arma de un soldado. Introduce otra imagen: Las manos cerradas, los puños apretados representan la rabia.
   
   Sólo el fulgor de los puños cerrados,/ resplandor de los dientes que acechan.
   Dientes y puños de todos los lados
Miguel en la plaza de Ramón Sijé
en Orihuela en 1936
   Y los dos últimos versos de su vida, si no en orden cronológico, por la dificultad que señalábamos, sí en un orden lógico, dan a los acontecimientos un giro de 180 grados.
    ... en la lucha, una luz
   Pero hay un rayo de sol en la lucha / que siempre deja la sombra vencida.
  De estos versos se desprende la existencia de un perdón generador de paz para el poeta. Así su alma, ayudada por la irrupción de alguien que desprende luz, “por un rayo de sol en la lucha”, acabó con todos los rencores. Y luego vino la paz. Y después de la paz, el poeta falleció. Esto ocurrió según el certificado médico, como consecuencia de la tuberculosis que padecía.
   Los primeros pasos de Miguel y Josefina como novios, primero, y luego, como matrimonio, Ramón Sijé los había protegido en gran medida. Pero las amistades en el Cielo tienen algo de misterio: a qué intercesor debemos atribuir un favor o una gracia. En cualquier caso eran dos compañeros de escuela que habían prometido volver a verse.
   El momento había llegado.

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